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De Cronos a El laberinto del fauno, Bertha Navarro acompañó proyectos que ampliaron la imaginación colectiva. Su método, su ética y su mirada crítica siguen siendo una brújula para quienes creen que el cine es, ante todo, una apuesta vital.

Por Camila González Revoredo para Estudio Silver

 

Nacida en Ciudad de México en 1943, estudió antropología y filosofía. Productora de cine y pionera como mujer en un ámbito dominado por hombres, abrió camino al transformar la narrativa cinematográfica e impulsar cambios en las estructuras de apoyo e incentivo al cine mexicano.

Trabajó en Reed: México Insurgente (Paul Leduc), Cabeza de Vaca (Nicolás Echeverría), Cronos y El laberinto del fauno (Guillermo del Toro), entre otros hitos de su vasta carrera.

Leer sus entrevistas es un placer, pero escucharla hablar es un privilegio. No solo por su voz, que transmite una alegría que abraza y una profunda confianza, sino porque irradia la virtud esencial de las grandes maestras: contagia un amor desbordante por su oficio.

“El cine es un arte colectivo”

Para Navarro, lo primero es tener una historia sólida: un guión que funcione y aborde los temas con profundidad y compromiso. A partir de ahí convoca a las personas adecuadas para llevar adelante cada proyecto. Mantiene un vínculo cercano con los equipos que hacen posible la película, sin perder de vista que el cine es un arte colectivo, donde cada quien aporta no solo su trabajo, sino también su talento y su valor.

Afirma que una gran virtud es la congruencia: que las palabras sean el espejo de cada acción. Esa ética atraviesa todo su quehacer, guiada siempre por una mirada crítica y reflexiva, atenta al contexto histórico en el que se inscribe cada obra.

Imaginemos que estamos de pie en un jardín de invierno, con árboles majestuosos alrededor y flores excéntricas, cuyo delicado perfume acaricia nuestro rostro. Por el techo del vitral se filtra el cálido sol del amanecer. Detrás de una pesada puerta de roble se escucha la melodía de un gran instrumento de viento. Abrimos la puerta. La piel se eriza.

En esa habitación se guardan grandes obras de arte, todas seleccionadas bajo un criterio fundamental: inventaron un procedimiento que inauguró una nueva forma en el arte al que pertenecen; unieron técnica y espíritu en un sistema novedoso; elevaron las posibilidades hasta crear lo inimaginable; configuraron el mundo como nadie lo había hecho antes.

¿Cuáles películas merecen un lugar en esta habitación de fantasía? El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, sin dudas lo ocuparía. Porque logró articular un procedimiento estético y narrativo que amplió los límites del cine fantástico.

Bertha conoció a Guillermo cuando él trabajaba como maquillador en Cabeza de Vaca (Nicolás Echeverría). Su aporte resultó maravilloso: dio vida a los personajes con maquillajes distintos para cada tribu, dotándolos de una fuerza singular. Ella quedó muy conforme con su trabajo.

Del Toro le confió entonces el guión de Cronos, y Bertha, profundamente impresionada, decidió acompañarlo en la realización de su ópera prima. Fue una apuesta enorme: el director era muy joven y los fondos parecían imposibles de conseguir. Quienes tenían el dinero aseguraban que una película así no podía hacerse en México.

Sin embargo, se hizo. Después siguieron trabajando juntos, hasta que Guillermo quiso que Bertha lo acompañara a Estados Unidos. Ella se negó: dijo que México la necesitaba más. El cariño entre ellos está intacto. Guillermo considera a Bertha su madre cinematográfica.

En sus entrevistas, Bertha invita a los jóvenes a atreverse, a darlo todo, a lanzarse incluso cuando las condiciones parecen adversas. En el capítulo La gran productora del cine mexicano, del podcast Aprendemos Juntos México, lo sintetiza con una frase: “Nunca dejará de haber retos, por eso hay que ser buenos luchadores”.

También insiste en uno de los grandes desafíos del cine mexicano: la exhibición. Muchas películas apenas llegan a las salas durante unas pocas semanas, sin oportunidad real de recuperar lo invertido, y ocupan un porcentaje mínimo de pantallas frente al predominio de Hollywood.

Por eso, para ella, es esencial conquistar más espacios de visibilidad. Porque producir con coherencia y compromiso no se agota en el rodaje: también implica luchar para que esas películas circulen, se vean y dialoguen con el público al que pertenecen.

“El cine también es una apuesta vital”

Ese es el legado de Bertha Navarro. Una responsabilidad que deja en manos de la juventud, pero también un llamado al coraje, a la imaginación y a la lucha. Su vida y su obra nos recuerdan que el cine también es una apuesta vital.