Entre postergaciones, mitos y prejuicios, la historieta de Oesterheld atravesó décadas hasta convertirse en serie. Una obra que no desaparece y nos recuerda que contar es resistir, y que la esperanza es siempre una decisión política.
Por Camila Gonzalez Revoredo para Estudio Silver
El eternauta de Héctor Germán Oesterheld, la gran historieta que se volvió un clásico argentino, supo hacer felices y llevar hacia la aventura a generaciones enteras. Desde las infancias de los años cincuenta, que la devoraban en fascículos semanales, hasta las últimas generaciones que la descubren después de terminar de ver el último capítulo de la serie en Netflix. Mi hermano, que está en la primaria, hoy lo lee en la escuela.
Una adaptación al cine de esta historia fue idealizada por muchos y también postergada como un sueño de animación. En los 2000, Lucrecia Martel se atrevió a imaginarla. Se decía que no podía hacerse en Argentina, que no había ni presupuesto ni técnica. Hasta llegó a circular que estaba maldita.
En 1976, Martín García entrevista a Oesterheld para Radio Belgrano. García le dice que en Hollywood está de moda el género catástrofe y le pregunta si alguna vez pensó en llevar a El eternauta al cine. Oesterheld responde:
“Se ha pensado varias veces (…) pero nunca terminó de concretarse el proyecto. Creo que se podría hacer; no es tan difícil. Pero los que entienden más dicen que no se puede. Creo que se podría”.
Pasaron 49 años de aquella conversación, y se pudo. Bruno Stagnaro es el responsable de la primera adaptación oficial a la pantalla chica. Una serie. Una idea que por fin encontró cuerpo. Según varias fuentes, la producción generó un impacto económico de más de cuarenta millones de pesos en la economía argentina. Un dato que incomoda porque contradice un prejuicio que hoy se repite con furia: que esta industria no le genera riqueza al país y no sirve. Como si contar nuestras propias historias fuera un capricho, y no una forma de existir en el tiempo.
En el primer semestre de 2025, el INCAA no apoyó a ninguna película argentina. Un récord histórico, pero no de los que se celebran. Y alguien dirá: ¿y qué tiene que ver esto con El eternauta, si no la financió el Instituto? Tiene todo que ver. Porque el talento argentino que hoy brilla en esa serie, con una calidad técnica impecable, se formó en el cine nacional; en esas películas que durante años sí fueron sostenidas por el INCAA.
Tomemos como ejemplo al propio Bruno Stagnaro: su primera película, Pizza, birra, faso, fue posible gracias a ese apoyo. Y lo mismo vale para K&S Films, la productora detrás de la serie. ¿Podrían haberse convertido en un emblema del cine argentino sin haber producido antes películas como Tiempo de valientes, Relatos salvajes o Crónica de una fuga? Difícil. Sin esa base, sin esa red de políticas públicas, hoy no habría Eternauta posible.
Otro gigante que aportó a que la historieta se hiciera realidad fue Netflix, con quien se estipularon dos bases fundamentales en un contrato para poder llevar adelante esta adaptación: se tenía que filmar en Buenos Aires y respetar nuestro lenguaje. La adaptación fue maravillosa gracias al talento del equipo, pero también a estos principios. Es que una historia que empieza con amigos jugando al truco no podía hacerse de otra manera.
El nieto de Héctor Germán Oesterheld, Martín Oesterheld, asesor creativo en la serie, tuvo mucho que ver con que estos pilares se respetaran. Martín recuerda la última vez que vio a su abuelo, el 13 de diciembre de 1977 en un centro clandestino de detención. Tenía casi cuatro años. En una entrevista reciente, contó la anécdota:
“Mi recuerdo no es tortuoso, no es un recuerdo oscuro; es, simplemente, estar con mi abuelo como todos los días: sentado en un banco, hablando de las cosas de siempre, y él prestando una atención particular por todo lo que estaba viviendo. Y tengo ese recuerdo, que tiene que ver un poco más con cómo recuerda el cuerpo que con cómo recuerda la mente”.
Héctor Germán Oesterheld continúa desaparecido. Los responsables: los ejecutores y los cómplices de la última dictadura cívico-militar en la Argentina. Sus cuatro hijas también fueron detenidas y desaparecidas: Diana, Estela, Beatriz y Marina. Dos de ellas, Diana y Marina, con embarazos avanzados. Como a él y como a ellas, sus nietos, nacidos en cautiverio, aún son buscados por Elsa, su compañera, y por Martín Oesterheld junto a las Abuelas de Plaza de Mayo.
La adaptación es maravillosa por muchas razones, pero hay una que me parece luminosa: la inclusión de Malvinas. Juan Salvo como excombatiente. El eternauta ya no solo se enfrenta a la nevada; ahora también se enfrenta a esa otra herida.
La versión en inglés presenta una decisión poderosa de la traductora, Daiana Díaz: decimos “Malvinas Islands”, no “Falklands”. Además, por sugerencia de la profesional, en las versiones de los subtítulos de los casi treinta idiomas a los que se tradujo la serie se usó “Malvinas” para referirse a las islas. En una publicación en LinkedIn, ella explica:
“No se trata de caprichos personales ni de intransigencias, sino de buscar transmitir de manera fiel, auténtica y profesional la esencia y la idiosincrasia de estos personajes en el contexto de la obra y nuestro país más allá de las fronteras idiomáticas. Y confiar en que al público le va a gustar aprender algo más sobre nuestra cultura, nuestra historia y nuestra forma de ver el mundo”.
En este artículo anterior de Estudio Silver, abordamos cómo la IA no puede hacer el trabajo sola. Este es un gran ejemplo. Traducir es un arte humano, un trabajo artesanal, una responsabilidad política. No hay máquina que pueda entender qué significa decir “Malvinas” en boca de un personaje argentino. Ni que sepa por qué no puede decir otra cosa.
Un clásico es una obra que siempre tiene algo para decir. Regresa, una y otra vez, con nuevas formas de interpelación. Se cuela en el presente, lo incomoda, lo resignifica. El eternauta es eso: una advertencia que no caduca. Una historia colectiva en un país que insiste en narrarse desde los héroes solitarios.
En la misma entrevista que Martín García le hizo a Oesterheld en 1976, el escritor dijo una frase que hoy resuena con claridad brutal:
“Siempre hay esperanza, nunca hice una historieta donde se acabara la esperanza”.
Esa expresión no es ingenua. No es consuelo. Es una toma de posición. Porque la esperanza en Oesterheld no es pasividad ni resignación. Es motor. Es resistencia. Es fe en lo colectivo. Es la certeza de que todavía vale la pena contar, persistir, seguir narrando, incluso cuando todo arde.
Gran parte del equipo técnico que hizo El eternauta hoy está sin trabajo porque no se están haciendo películas en Argentina. Tenemos con qué, tenemos técnicos maravillosos; faltan las políticas públicas. Falta el Estado.
Si recordamos, si recordamos con el cuerpo, como hace Martín; si tenemos esperanza como Héctor. Si tenemos el temperamento, el poder de hacer valer nuestra identidad. Si luchamos como colectivo, si nos organizamos, podemos llegar lejos.
Se decía que la adaptación de El eternauta estaba maldita. Si lo estaba, aquí está la prueba de que hasta eso podemos vencer.
