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El cine mexicano tiene una tradición inmensa y contemporánea que invita a descubrir: películas que incomodan, conmueven y amplían nuestra mirada más allá de Iñárritu, Cuarón y Del Toro.

Camila González Revoredo para Estudio Silver

Es típico en algún momento de la vida, sobre todo en la adolescencia, buscar un grupo de pertenencia que comparta gustos similares: escuchar los mismos géneros musicales, mirar ciertas películas, tener objetivos y causas afines, adoptar una estética particular. Mis amigos y yo, por ejemplo, empapelábamos las paredes de nuestras habitaciones con pósters de Taxi Driver, usábamos mochilas de Arctic Monkeys y fumábamos —o fingíamos hacerlo— con tabaqueras de Yellow Submarine de los Beatles. Tal vez pecamos de esnobismo, pero lo importante era sentir tranquilidad, seguridad y afecto.

Con la llegada a la universidad, el ingreso a un nuevo trabajo, durante un viaje o practicando un hobby distinto, se suman nuevas personas a la vida. Con ellas, también otras maneras de ver el mundo, acompañadas de su música, aspiraciones y hasta otros usos del lenguaje. Se puede ser permeable o elegir quedarse en lo ya conocido.

Elegir la primera opción es incómodo porque sumergirse en la experiencia de un otro, sin prejuicios, requiere paciencia, tiempo y esfuerzo. Sin embargo, conlleva una recompensa: la apertura a lugares insospechados, el descubrimiento de placeres que jamás habríamos imaginado y la oportunidad de romper las cadenas del gusto. Esa prisión que dicta qué se supone que debemos disfrutar y qué no, limitando, sin que lo notemos, la amplitud de la curiosidad y nuestra capacidad de asombro.

Del mismo modo, el arte puede ser ese otro que irrumpe. Una película que no encaja en los moldes narrativos, una pintura que parece no decir nada, una fotografía que aparenta ser un mero recuerdo familiar. Al principio, se siente como si nos quitaran el suelo donde pisamos firmes. Pero es justamente en esa inestabilidad donde comienza a abrirse un espacio de transformación.

El arte se revela como un territorio que exige tiempo, como aprender un nuevo idioma. Al principio, las palabras suenan extrañas, no entendemos la gramática, nos impacienta la espera. Poco a poco, se empiezan a reconocer ritmos, símbolos, respiraciones.

Ese tiempo no productivo, ese demorarse, es lo que nos da libertad. Porque el gusto, en el fondo, no es más que un hábito: un conjunto de preferencias domesticadas por la repetición, por el mercado, por el deseo de pertenecer.

Hablando con personas cinéfilas argentinas, interesadas en películas que expandan sus horizontes más allá del entretenimiento, y revisando también lo que vi en los últimos meses de la carrera de cine, noto una ausencia persistente: el cine latinoamericano. Paradójicamente, en estos mismos círculos aparece con frecuencia la idea de emigrar y trabajar en México. Pero cuando la conversación se centra en los films de ese país, casi siempre gira en torno a obras de Iñárritu, Cuarón, Del Toro o la etapa mexicana de Buñuel. Son, sin duda, artistas enormes, con películas fundamentales. Pero esa admiración no debería convertirse en un límite: hay un territorio inmenso por recorrer, un cine con una tradición riquísima, un presente lleno de fuerza y un futuro prometedor.

Tres películas de cine mexicano disponibles en plataformas

Sueño en otro idioma (Ernesto Contreras) · Amazon Prime

La historia sigue a Martín, un lingüista que viaja a un pequeño pueblo con el propósito de estudiar el Zikril, una lengua en peligro de extinción. Se enfrenta a un obstáculo inesperado: los dos últimos hablantes del idioma llevan medio siglo sin dirigirse la palabra. La película muestra cómo el amor por el lenguaje puede sanar heridas y reconstruir vínculos.

Dato curioso (o pequeño chisme): la película se estrenó en cines mexicanos en abril de 2018, con 150 copias disponibles. Sin embargo, su lanzamiento coincidió con el de Avengers: Infinity War, que acaparó el 96% de las salas del país. En su debut, Sueño en otro idioma se ubicó en el puesto 13 en preferencias. Contreras señaló luego sobre esta desproporción en la distribución: “Asfixia la capacidad del espectador de elegir y estrangula la pluralidad fílmica”. Recomendarla es ir contra esta injusticia.

Las niñas bien (Alejandra Márquez Abella) · Mubi

La sinopsis de Mubi dice: “¡Se trata de una obra que el mismísimo Buñuel aprobaría!”. Y creo que tiene razón. Sofía y un grupo de mujeres de Las Lomas llevan su vida rodeadas de casas y autos lujosos, canchas de tenis y las sutilezas del clasismo y las buenas costumbres, hasta que la crisis financiera de 1982 irrumpe en su mundo.

Es un mimo para los ojos: cada plano parece un cuadro. Es ácida, las actuaciones son espectaculares y el final me dio ganas de aplaudir.

Tempestad (Tatiana Huezo) · Mubi

Un retrato intenso y conmovedor sobre las secuelas del crimen organizado en México. A través de los testimonios de dos mujeres, el documental aborda la desaparición, la violencia y la injusticia, mostrando cómo la impunidad afecta vidas y familias. Un montaje que parece medir el tiempo con la paciencia del dolor y que convierte la ausencia en un disparador hipnótico.

Abrirnos al cine que todavía no miramos es también un gesto de libertad frente a esa domesticación invisible que llamamos “gusto”. Animarse a salir de esa cárcel implica dar tiempo a lo que desconcierta, permitirse la incomodidad de lo desconocido y reconocer en el cine latinoamericano —en su pluralidad de lenguas, miradas y estéticas— un espacio de resistencia y de revelación. Ver otras películas no es solo ampliar una lista de títulos: es abrir la posibilidad de transformar la forma en que percibimos el mundo.