¿Cine independiente o Industria? El cruce entre expresión artística y mercado en un ecosistema de oportunidades desiguales.
El mundo de la producción de cine es tremendamente amplio y va desde la producción en serie, como en una línea de montaje hasta las pequeñas películas impulsadas por sus propios autores y con caminos inciertos para su financiación y exhibición.
La producción cinematográfica, como cualquier otra industria, no escapa a la necesidad de priorizar intereses económicos. ¿Cómo afecta esa lógica comercial en el vuelo artístico de una película? Bueno, afecta. Porque cuando el financiamiento está dado de antemano por un gran estudio o una plataforma, hay indefectiblemente que responder a ciertos estándares, lenguaje cinematográfico o recetas. ¿Industria es la antítesis del arte? Por supuesto que no. Los ingredientes que hacen interesante a una película están en el camino y ninguna película se hace sin una historia interesante para contar.
En el ecosistema cinematográfico participan múltiples actores en las sucesivas fases de la cadena de valor audiovisual: producción, distribución y exhibición. Los grandes estudios y productoras de cine no solo se dedican a hacer películas; también controlan la distribución y la exhibición de sus propias producciones. Y con grandes aparatos publicitarios pueden facilitar que una película entre en la conversación del público y genere interés. Las pequeñas producciones, sin presupuesto dedicado para la publicidad, llegan con mucha mayor dificultad a generar el interés del gran público. Acá la importancia de la cuota de pantalla; para que una película que se hizo con apoyo de institutos de cine nacionales o provinciales llegue a exhibirse, a estar disponible entre las opciones, y recupere al menos el capital invertido.
Todas las historias importan
El cine argentino, como dijo Mariano Llinás este año en el Senado, es prolífico tanto en el territorio de las grandes producciones que tienen éxito en plataformas y en producciones más pequeñas, más autorales; esas que nos enorgullecen en los festivales más prestigiosos del mundo.
Todas son importantes y ocupan diferentes lugares en un ecosistema rico y diverso. El cine no solo genera valor económico y empleos de calidad; también es un bien cultural que nos representa en el mundo y comunica nuestra idiosincrasia.
Hablar de industria audiovisual es referirse a un modelo comercial de producción continua, con canales de financiamiento preestablecidos y ventanas de distribución predeterminadas. En Estados Unidos incluso el cine independiente es una industria grande. Un lugar de encuentro anual para la industria es el American Film Market, que este año se llevará a cabo por primera vez en Las Vegas. Este es el lugar de reunión donde los productores van a buscar financiación y distribución, y los agentes de venta o distribuidores encuentran películas interesantes en fase de desarrollo y pueden acompañarlas en su camino.
En Argentina, supimos imitar el modelo industrial de Hollywood, y en la década del 30 y 40 tuvimos una época dorada con grandes estudios y un un star-system local.
Pero cuando una película no está financiada desde el principio por una productora o plataforma, se la considera independiente. Este es el cine “de festivales” y hay gran producción en Argentina en este sentido. Este cine, más chico en presupuesto, pero que representa la mayor porción en nuestro país, se sostiene principalmente con políticas de Estado y fondos de cine nacionales e internacionales. Si bien el dinero que entregaba el INCAA para iniciar una producción no alcanzaba materialmente para mucho, su apoyo era importante a modo de aval para seguir reuniendo voluntades y otros aportes económicos. Con la paralización del fondo de fomento del INCAA este año, están cobrando importancia los fondos provinciales y programas de cash rebate provinciales y del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Este cine independiente nos representa virtuosamente en los festivales del mundo como Cannes, Berlinale, Toronto, San Sebastián, Busan y muchos otros, y genera marca país. Pero compite en condiciones desiguales a la hora de la exhibición en las pantallas frente a los aparatos de las multinacionales.
La preventa a los distribuidores es otra forma de financiarse para producir. Los mercados como Ventana Sur, el Marché du Film e Industria están organizados para facilitar estos intercambios y son los lugares donde productores y compradores se encuentran para negociar.
Muchos agentes de ventas se asocian a festivales y mercados cinematográficos y organizan laboratorios de proyectos y concursos para encontrar películas en su fase inicial y poder acompañarlas hasta el final. Participar en estos espacios es una manera de hacer conocer el proyecto en el circuito y quizá garantizarse un puesto en algún festival internacional. Los festivales de cine son el gran aval para el cine independiente, y grandes oportunidades para empezar a procurarse buenas reseñas que ayuden al momento del estreno en salas.
En Argentina es muy reducido el sector que produce “películas comerciales”. Se trata de un pequeño grupo de empresas que invierten de forma permanente y cuentan con equipos y estudios propios. Del otro lado, se encuentran el resto de las productoras: firmas medianas que tienen capacidad de llevar a cabo realizaciones de cierta envergadura, pero que carecen de medios propios e incluso en muchas ocasiones de personal fijo. También están las productoras circunstanciales constituidas para una película en particular, que suelen consolidarse en cooperativas y que no pueden trabajar sin contar con financiación pública.
Este último grupo es el más numeroso y supone alrededor del 90 % de la producción total. Por eso decimos que en nuestro país tenemos mayormente cine independiente; cine autoral. Un cine que es impulsado primeramente por la necesidad de contar una historia y que reúne voluntades movilizadas por ese deseo.
La libertad creativa del cine independiente se ejerce no solo delante de la pantalla, sino también detrás, en la forma de procurarse los fondos para producir y buscar los canales de distribución y llegada a las audiencias. Sin un circuito preestablecido, los productores y directores deben buscar alternativas y hay espacio para la imaginación. En los últimos años vimos fenómenos como Alemania (2023) de María Zanetti y El agrónomo (2024) de Martín Turnes buscando contacto directo con el público de forma ingeniosa, llevando al equipo a encontrarse con las audiencias a las salas de los cines o a los diferentes festivales y ciclos de cine en el país.
El éxito del cine independiente no se mide solo por su valor de mercado. Más allá del espectáculo, el cine independiente es un espacio de resistencia cultural y de circulación de ideas. Su riqueza reside en su capacidad para cuestionar, conmover y generar conversaciones. Por eso es fundamental cuidar y promover este cine que, impulsado por la necesidad de narrar, es una de las más preciadas expresiones culturales de nuestra región.